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En 1979 se emitió en TVE una serie de dibujos animados sobre Don Quijote que quizá sea de lo mejorcito que ha hecho la animación española para televisión. Guardando las justas proporciones, fue una superproducción en todos los aspectos: se localizaron exteriores para las acuarelas que se usarían como fondo para las animaciones; Juan Pardo firmó el tremendo tema principal, cantado por el dúo infantil Botones e interpretado por la Sinfónica de RTVE, y que hace unos años versionó Mägo de Oz (que no falte el metal umlaut) con algo más de contundencia; finalmente, las voces que doblaron a los personajes principales fueron las de Fernando Fernán Gómez y Antonio Ferrandis, mientras que a Cervantes le dobló el recientemente fallecido Rafael de Penagos.
La única pega que tuvo una producción de esta envergadura fueron las dificultades que hubo para conseguir realizar los episodios al mismo ritmo que se emitían, de forma que incluso se llegó a plantear interrumpir la emisión algún sábado para poder recuperar el paso. También parece que existieron problemas de financiación, a pesar de que los ingresos por merchandising eran y siguen siendo considerables, ya que desde un momento se había planteado también la serie en este sentido. Todo ello sumado provocó que el número final de episodios de la serie lamentablemente se quedara en 39 de los 59 que inicialmente estaban previstos.
Uno de los productos licenciados para aprovechar el tirón del Don Quijote de dibujos animados debió de ser un dominó de Borrás (sólo Borrás, cuando aún no se había fusionado con Educa), del que esta ficha antaño formó parte, hasta que acabó sus días en la calle del Marqués de Toca, si mal no recuerdo, restos de la limpia de alguna casa. No parece existir ninguna referencia al dominó en los procelosos piélagos digitales de Internet, pero lo más razonable es pensar que saldría al mercado el mismo año 1979.
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Una batallita: es inevitable recordar al mítico camión de la Danone que abastecía los miércoles la tienda del Ros en la calle Balmes, sobre las doce y media o la una de la tarde. En aquella época todavía no se había construido las casas que ahora ocupan el lado derecho de la calle según se baja, que ahora ocupan lo que era un descampado en ligera pendiente hasta la piscina del edificio Nuria, pero con un acusado talud desde la calle propiamente dicha.
Sabíamos que el repartidor de la Danone no sólo reponía los yogures, sino que también le proporcionaba al Ros los paquetes de cromos de la serie de Don Quijote, que se regalaban en función de las unidades de yogures que se compraba. De forma inopinada, y para nuestra sorpresa y alegría, un día el conductor nos tiró unos cuantos paquetes a los niños que jugábamos en la calle. A partir de entonces ya fuimos nosotros los que los días de reparto esperábamos la llegada del camión, y corríamos a su lado y detrás gritándole al hombre que nos tirara cromos. Y nos los tiraba. A veces los sobres sueltos, que revoloteaban como las hojas secas de los árboles, y a veces directamente en gordos fajos de sobres atados con gomas elásticas, que caían al suelo con ruido sordo. Muchos de ellos iban a parar al talud, entre las hierbas altas y las hiniestas que antaño crecían en toda la ladera de esa vertiente del pueblo, y nos lanzábamos de cabeza a recogerlos.
Había días en que el conductor estaba de mal café, y nos echaba pocos, o ninguno. Otros días, que en mi memoria son los más, salían abundantemente por la ventanilla del camión. Muchas veces el conductor se divertía haciéndonos correr detrás suyo sin darnos ninguno, hasta que al final, antes de acelerar, los lanzaba en el último momento. En una ocasión coincidió que estaba yo solo o casi solo cuando salía del Ros el conductor, después de haber dejado los yogures, y me dio directamente en mano un tremendo fajo de sobres de cromos. No es de extrañar que completáramos un álbum entero de Don Quijote, y que a un segundo álbum le llegaran a faltar pocos para estar terminado.